Aún no repuestos de "El matrimonio anarquista", escrito junto a Nadal Suau, Begoña Méndez reemprende el camino del ensayo publicando "Autocienciaficción para el fin de la especie" (Hurtado y Ortega Editores), una experiencia literaria radical que explora las encrucijadas entre la narrativa y la autodestrucción antitextual, desde la fragilidad y una permanente alerta. Nadie sale indemne de su escritura.
Andreu Navarra
¿Qué es "Autocienciaficción para el fin de la especie"?
Es un ejercicio literario que tienta los límites de los cuerpos, para ponerlos en duda y ampliarlos; un ensayo poético que indaga en las posibilidades que la cultura abre para habitar los deseos y ensanchar las molduras que los recortan, o, como dijo la escritora Rosario Villajos tras leer el manuscrito, es la “crónica lumpen de un cuerpo que existe, pero que además quiere vivir a través de otras mujeres”. Y yo añadiría, una pelea por desaparecer como humana y emerger como accidente o criatura extraña.
¿Qué encontraremos en tu nuevo libro?
Una voz delirada que escribe atravesada por poemas, películas, libros, música y vivencias deformadas. Así que, imbricados en la escritura (o pasados por mi carne), encontraréis poemas de autoras a las que admiro, mujeres bíblicas, piezas de arte que me perturban, personajes de celuloide a los que amo, recuerdos manipulados. Poetas como Irene Gruss, Susana March o Miyó Vestrini, películas como La cosa, Solaris o Under the skin, nuestras madres primeras, Eva y Lilith, manifiestos xenomorfos, el silencio de mis abuelas, la sal del Mediterráneo o mi enfermedad macular, que me tuerce los contornos de las cosas del mundo y que no tiene remedio, por citar algunos ejemplos. Materiales al servicio de una literatura que fantasea con llegar al grado cero de lo humano o, citando un verso de la poeta argentina Irene Gruss: “En la ficción ella tiene que morir”.
¿Eres un ser en "permanente estado de grieta"?
En la vida real, solo a ratos o a temporadas, como le ocurre a cualquiera que esté vivo. Es verdad que he construido mi voz literaria desde ese lugar, que así ha sido hasta ahora. En Autocienciaficción, he ensayado una poética de la grieta porque me parece fértil para socavar la certeza de las identidades; una certidumbre, que, por otra parte, está sostenida por ficciones consensuadas como verdades. Rebuscar en esas ficciones implica abrir un socavón, a la vez herida y lugar de reinvención. En este sentido, espero llegar a los lectores que intuyen, conocen o se sienten interpelados por esta idea de “grieta”; también espero que el ensayo consiga ser, y de nuevo cito a la escritora Rosario Villajos, “un refugio para cuerpos erosionados”, como son, en realidad, todos los cuerpos.
¿Cómo hubiera sido tu novela de ciencia ficción que se te convirtió en ensayo?
Siento una inclinación innegable por la obra de J.G. Ballard; de hecho, creo que hay algo ballardiano en los pasajes narrativos de Autocienciaficción para el fin de la especie o así me gusta pensarlo. La novela se habría situado al borde de lo humano enajenado, allí donde el fin de la especie es un acontecimiento hermoso y feliz, muy coqueto y femenino.
¿Nuestros cuerpos son cultura?
Son cultura, en el sentido de que los cuerpos son instancias reguladas por múltiples discursos que tratan de contener nuestra carne y nuestros deseos. Como te decía antes, ficciones consensuadas. Un día te baja la regla, te dicen que ya eres mujer y todo un sistema político, económico y social se pone en marcha: una avalancha de normas y de preceptos que recortan los límites de la experiencia, pero que también, paradójicamente, contienen la semilla de una posible disidencia. Ocurre lo mismo con los géneros literarios. De algún modo, eso es lo que planteo en este ensayo “autociencificcionado”: tomar ese cúmulo de normas y de preceptos que orbitan en torno al sustantivo mujer (que es el que a mí me recorta, del que puedo decir algo) y alrededor de la noción de ficción para ponerlos patas arriba. Autocienciaficción se mueve dentro de las convenciones para asumirlas como extrañeza y también para reventarlas poéticamente.
Begoña Méndez: En Autocienciaficción, he ensayado una poética de la grieta porque me parece fértil para socavar la certeza de las identidades
¿Qué es cultura?
No soy capaz de responder a tu pregunta. Pero, tal y como la he pensado para escribir este ensayo, diría que es la respuesta que los humanos damos a la conciencia de ser carne y de ser mortales. La cultura son además todas las reglas aceptadas socialmente, de las que hablábamos hace un momento; por suerte, son también los objetos que resultan de la necesidad que tenemos de salirnos de esos preceptos. De ahí que Autocienciaficción esté colmado de voces que me ayudan a escapar, gracias a la literatura, de las lindes corporales que me contienen.
¿Por qué te obstinas en "comprender la carne"?
Porque somos carne o vivimos en ella. “Comprender la carne”, como dices, significa entender cuáles son nuestros límites y de qué modo nos vinculamos con el mundo y con los otros; también implica asumir la protesta del cuerpo por no ser más que eso y, por qué no, jugar a convertirnos en otra cosa; esa es la propuesta de mi ensayo.
¿Qué es la carne para ti? ¿Qué implica ser de carne o escribir una literatura de la carne?
Músculos, vísceras, fluidos, sangre, toda la sustancia blanda que hay debajo de la piel, todo lo que hay detrás del tegumento, nuestro órgano más íntimo y más exterior, ese órgano inevitablemente exhibido que tapamos para no sentirnos tan vulnerables. Eso es la carne, una enorme fragilidad. Desde ese lugar precario he escrito Autocienciaficción.
Begoña Méndez: "El encuentro con todo lo que queda más allá de nosotros se produce en la piel."
¿Por qué nos agrietamos?
Más que “agrietarnos”, diría que “caemos en grietas”, en los huecos que quedan entre dos cuerpos, entre dos palabras, entre dos ideas, entre dos lugares… indagar en los espacios entre dos límites, tratar de arrojar luz y habitarlos, intentar entender algo: tal vez, sí, en eso consista “agrietarse”.
Escribes: "Somos punto de contacto, somos caricia y fricción"...
Claro, tiene que ver con lo que te comentaba hace un instante: la piel es el órgano que permite que los cuerpos se relacionen con el mundo exterior y es la marca que delimita las fronteras corporales. El encuentro con todo lo que queda más allá de nosotros se produce en la piel. Pero a veces el tacto tiene la virtud de confundir esos límites, de perturbarlos. Y puesto que somos carne atravesada por la palabra, el tacto humano es también de naturaleza lingüística; en ese sentido, las palabras son capaces de generar otras zonas de contacto, otras caricias, otras formas de rozaduras y de golpes con los otros. En Autocienciaficción, me he adentrado en algunos territorios de intersección y de choque, para intentar comprender cómo nos relacionamos cuando somos carne, pero también cuando somos lenguaje verbal humano.
Tu trayectoria literaria guarda cierta coherencia, ¿tienes un plan preconcebido o exploras sin más?
Hace cinco años ni siquiera se me habría pasado por la cabeza que iba a publicar ningún libro. Me daba pánico escribir. Me sigue dando. Pese a lo que pueda parecer, soy enormemente insegura con las cosas que me importan. Y escribir me importa mucho. He pasado media vida aplastando mi vocación y ahora, de repente, me topo con tu pregunta. Trayectoria… esa palabra es demasiado grande para mí, ahora mismo, ojalá que algún día tenga sentido. Sin embargo, y respondiendo a tu pregunta, te diré que escribo desde un plan que al final siempre muta y se convierte en otra cosa, así que del proyecto inicial al resultado final pasan cosas inesperadas. Por ejemplo, estoy empezando a escribir sin tanto miedo y, sobre todo, estoy aprendiendo a tener en cuenta al lector. A veces se me va la escritura, porque encuentro un camino que me divierte explorar, pero luego recuerdo que escribo para ser leída, algo que todavía me resulta insólito, y entonces rectifico, porque nada me parecería más feo y maleducado que expulsar al lector: lo quiero conmigo.
"Hace cinco años ni siquiera se me habría pasado por la cabeza que iba a publicar ningún libro."
¿Qué libros te han volado la cabeza últimamente?
Últimamente, no dejo de insistir en la admiración que siento por la obra narrativa de Sara Gallardo; hablo de Los galgos, los galgos, de Enero y de Eisejuaz. Me parece soberbia su capacidad de romper el lenguaje sin despeinarse y me parece alucinante cómo muta de voz en cada una de sus novelas. Creo que tiene un don admirable para insertar imágenes poéticas en la narración que hacen que, de repente, los personajes y la trama aparezcan en toda su complejidad. También me ha dejado bastante loca Siempre medianoche, de Jerry Stahl, un festival de alienación humana, lleno de miseria y de candidez, de bondad, de fealdad, de drogas y de vital desesperanza. Como ves, soy bastante fan de la editorial Malas Tierras.
¿Qué rumbos va a tomar tu escritura a partir de ahora?
Estoy obcecada en la búsqueda de una voz narrativa. Como te comentaba al principio, pienso en una novela influida por Ballard, porque todo a mi alrededor me parece ballardiano; no solo me refiero a Mallorca sino, en general, a nuestro mundo contemporáneo y a nuestro contexto sociocultural. No quiero hacer ciencia-ficción ni elucubrar distopías, no en sentido estricto; pienso en algo más embarrado y a la vez más luminoso, algo turbio y lleno de vida. Pero antes de ponerme con la narrativa, necesito dar salida a una obsesión que me persigue desde hace meses. Prefiero no decir mucho del proyecto, todavía en estado embrionario; tan solo, que se trata de una crónica-ensayo literario acerca de los vínculos entre cuerpo, territorio, género, clase y violencia.
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