Remedios Zafra (Zuheros, Córdoba, 1973) publica “Frágiles” (Anagrama), un ensayo en forma epistolar que reflexiona sobre la precariedad laboral y los efectos que la autoexplotación produce sobre los cuerpos de los trabajadores del llamado “sector creativo”.
Andreu Navarra
Estamos ya muy lejos del momento libertario en que se creó el sueño democratizante de Internet y sus derivaciones. Lo nuevo no es ya sumarse al coro tecnoutópico, sino diagnosticar qué ha sucedido realmente y cómo ha sido posible que perdamos libertades, profundidad, solidaridad y bienestar. Nos lo explican autoras como Marta Peirano o Ingrid Guardiola, y glosadores de la existencia como Byul Chun Han o Joan-Carles Mèlich. Éste último me interesa porque es tan zambraniano como Zafra: su defensa de la “razón desvalida”, en el fondo una actualización de la “razón poética” zambraniana, tiene mucho que ver con la expresión metaforizada y ultraexacta de Remedios Zafra, que no busca el alarde sino la movilización de la solidaridad y la sociabilidad, únicos caminos de los que disponemos para reconstruirnos tras el temporal digitalizador. Con ello, Zafra se va consolidando como una de las pensadoras más destacadas del país.
Una conversación con una periodista precaria sobre la necesidad de vivir con esperanza se sitúa en la sala de máquinas del libro. El sistema vigente estimula la producción de burocracia pero frena el trabajo y desconfía del progreso libre, es decir, de la especulación y de la investigación, porque impide que se desarrollen con el tiempo y la mesura que precisan. En lugar de permitir la imaginación creativa, al precario sólo se le permite alimentar la gran boca burocrática. Si queremos sobrevivir, hemos de plegarnos a la producción de documentos e indicadores grotescos: “A mí me parece que si todas las personas precarias que conozco, pero también todas las no precarias que de diferentes formas colaboramos en la precarización de otros, si todas las que tuvieron el deseo de trabajar con sentido sin convertir su vida en una competición, si pudieran dedicar sus tiempos a las investigaciones, clases, obras y proyectos que las movilizan, sin que su desglose burocrático, despliegue preparatorio, duplicación acomplejada, contrato precario, silencio administrativo o anuncio impostado ocupen la totalidad de sus vidas, ¿cuántos descubrimientos habríamos tenido, cuánta producción valiosa frente a los sucedáneos de obras rápidas y vacías que se amontonan?”.
La estructura económica neoliberal ha conseguido que nos autoexplotemos bárbaramente, que nos forcemos a trabajar hasta que nuestros cuerpos revientan, hasta que nuestras vidas se han apagado. El resorte que une al neotrabajador digitalizado es la culpabilidad, en un contexto de vidas-trabajo que únicamente conducen a la autodestrucción: “Me resisto a pensar que soy la única responsable. Entre otras, porque si pienso en usted y en su trabajo o en las personas que tengo cerca, si observo a estudiantes y compañeros, a los amigos y conocidos que trabajan en este fluido ámbito de la cultura y el conocimiento, descubro que en este asunto nos asemejamos, que nuestras vidas se parecen llamativamente”.
Descansar es pecado
Es cierto: ¿cuántas investigadoras, escritoras y artistas conozco que son pasto de la ansiedad y de la violencia administrativa, que odian y necesitan a la vez su trabajo vocacional, y que sienten que llegan tarde a todas partes, hasta a su propia vida? Como entre 1880 y 1920, como entre 1939 y 1981, faltan contextos en los que esas vidas creativas puedan hacer crecer nuestra sociedad. Vivimos en un país que se venga de la inteligencia creadora, especialmente si la posee una mujer, hundiéndola en vacío, culpabilidad y falta de futuro.
Los paralelismos entre el precariado y el patriarcado afloran de forma evidente: “Del modo menos superfluo, pienso en nosotras y se me antoja que existe otra similitud entre la autoexplotación y los trabajos feminizados que se me hace necesario compartir. Me refiero a cómo se fomenta la culpabilidad al ampliar los tiempos de descanso que nos permitimos, dando por hecho que un buen trabajador –como antes una buena mujer- debe ser hacendoso y celebrar su entrega. En ambos casos actúa la presión del agrado y el sentimiento de culpa”. Una vez más, la precisión con la que Remedios Zafra describe nuestro mundo nos ayuda a comprender el nuevo sistema de dominio. Siempre recordaré la primera vez en la que se me afeó en un centro docente que estuviera leyendo. Ortega y Gasset hubiera dicho que no se nos permite el “ensimismamiento” para que no podamos autoexplorarnos ni pensar, para permanecer siempre obligatoriamente en un estado de “alteración” y de competición con iguales, causada por la burocracia irracional y elefantiásica que amenaza actualmente a todos los sectores profesionales.
Remedios Zafra: "El mundo tolera que trabajemos todo el tiempo, pero no que juguemos todo el rato”.
El sector cultural ha de ser transformado en una tortura para evitar que unos trabajadores sufran menos que otros, o que consigan placeres derivados de la consumación vocacional: “En nuestra cultura el tiempo de trabajo sufrido no será mal recibido, pero muchos entornarán los ojos condenando que podamos disfrutar trabajando. Enraizamos la cultura del sacrificio y la culpa, del deber cumplido como algo sumiso, evitando mostrar el deseo por miedo a que sea penalizado. Porque el mundo tolera que trabajemos todo el tiempo, pero no que juguemos todo el rato”.
En el nuevo escenario digital, no sólo hemos de trabajar durante todo el tiempo, sino que además hemos de tener nuestra intimidad expuesta y mercantilizada a la vez para que ningún factor inesperado chirríe en la ordenación prevista del mundo y de la vida: “Me parece que la primacía de ciencias como la psicología y la estadística han tenido mucho que ver y son en gran medida responsables de una intrusión autoritaria en la esfera privada”. Disciplinas que debían paliar los daños colaterales del precariado se han convertido en fuentes de dominación y clasificación.
Nunca antes, con excepción de los libros de Marta Peirano y Byung Chul Han, se nos había descrito en castellano la situación actual con tanta exactitud e ironía.
No deben existir ni el silencio ni la plenitud creativa.
Descansar es pecado; pensar, ilustrarse, investigar, crear, es obstaculizar el crecimiento enloquecido: nuestro propio cuerpo es la mercancía que mueve la maquinaria disparatada y acelerada del capitalismo de la atención. El alumnado es un cliente que reclama terminar pronto, que todo se acelere. Los centros docentes son lugares para el fast food mental. La autoayuda individualista sustituye la filosofía y la lectura pausada. No deben existir ni el silencio ni la plenitud creativa. Por lo tanto, para defendernos hemos de contemplar, solidarizarnos, pensar con los demás y para ellos, y comunicarnos. El resultado es que “la mayoría ni siquiera afirmarían haber logrado un trabajo estable cuando se sienten viejos y ya sueñan con retirarse”.
El estilo de este ensayo epistolar, de tan rico y fluido, me ha recordado al mejor Conde de Montesquieu, el de las Cartas persas. Y hemos de celebrar que en un tono tan sereno e ilustrado la gran escritora que es Remedios Zafra nos conmueva con tanta fuerza lírica, la fuerza lírica que señala como esperanza para todos aquellos que aún han de comprender que están siendo exprimidos de forma inhumana por nuevas formas de dominio social.
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