Mar Abad tiene las ideas claras: no existen derechos de la mujer y derechos del hombre, sino derechos de las personas; el feminismo es la mujer peleando por su libertad, más allá de toda etiqueta, y para que esto sea posible resulta imprescindible que recuperemos la memoria de las grandes pioneras de los siglos XIX y XX. A esas escritoras y activistas dedicó el libro Antiguas y modernas.
Por: Andreu Navarra
Mar Abad es la autora de Antiguas pero modernas (Libros del KO, 2019), un libro que contiene cuatro biografías de cuatro escritoras destacadas de los siglos XIX y XX: Rosario de Acuña, Carmen de Burgos (“Colombine”), Sofía Casanova y Aurora Bertrana.
Conversamos con Mar Abad sobre esas cuatro figuras de referencia y sobre todo lo que rodeó el largo proceso de elaboración de un libro que sabe combinar muy bien la más amplia documentación con un estilo dinámico y hasta canalla, en un intento por acercar al lector no académico los fundamentos del feminismo español. No es el único rasgo notable del libro, que Abad quiso construir como una progresión de la modernidad protagonizada por mujeres periodistas eclipsadas por los más diversos motivos. Lo ha repetido en muchos lugares: Antiguas pero modernas no es una suma de cuatro trayectorias aisladas, sino una historia del siglo XX en las que las heroínas fueron ellas y no los personajes habituales.
Sobre Rosario de Acuña, escritora republicana y librepensadora que desarrolló su actividad a caballo entre los siglos XIX y XX, Abad comenta: “Me fascina. Creo que, igual que el resto, es un personaje que se ha olvidado con una injusticia brutal, porque es una mujer que aportó muchísimo al feminismo, muchísimo al periodismo, muchísimo al civismo y a la vida rural, sobre todo para dignificar la vida rural, y tenía un carácter asombroso, maravilloso, era una mujer valiente y decidida y para mí es una inspiración vital”. Dan fe de todo ello las aventuras, atentados y trabajos que hubo de vivir esta ideóloga librepensadora, casi inverosímil de tan avanzada, y que incluso tuvo que defender su casa a tiros. Duele y desespera ir comprobando cómo los factores más casposos e intransigentes de la sociedad de la época intentaron hacer la vida imposible a una escritora tan irónica y sincera, que siempre buscó la autonomía y las verdades filosóficas.
Sofía Casanova, autora de poemas, novelas e incontables artículos, es la segunda biografiada. Resultaría imposible resumir aquí una vida tan compleja y viajera, marcada en parte por un marido polaco, aristocrático, visionario, higienista y perturbado. Muy pocos se acuerdan ya de que llegó a estar nominada al Premio Nobel: “Lo que podemos aprender de ella es su ímpetu, su ambición, su valentía, sus ganas, nada se le ponía por delante, también su parte humanitaria”. Abad confiesa sentirse más próxima al ideal democrático de Carmen de Burgos que al sentido de la caridad defendido por Casanova, escritora conservadora y monárquica. Concluye: “Sofía Casanova no era feminista pero era una grandísima periodista, a quien ningún idiota podía soplarle. Da igual que te pongas la etiqueta de feminista o no. Me parece un debate superficial. Lo importante es que ella vivió su vida con una decisión, con una valentía, e hizo lo que le dio la gana y eso es para celebrar siempre”. Se trata de una corresponsal en Rusia que entrevistó a Trotski y protagonizó las más peligrosas aventuras en la devastada Polonia de la Primera Guerra Mundial, antes de convertirse, varada en San Petersburgo, en testigo directo del ascenso del bolchevismo.
Mar Abad: "Todos somos iguales y todos tenemos los mismos derechos. Y todos tenemos derecho a ponernos y quitarnos las etiquetas que nos dé la gana. Es cada uno el que tiene que decidir su identidad. No pueden imponérnosla en función de nuestros genitales.”
Añade Abad: “Yo creo que el feminismo actual tiene que ser posgénero: el feminismo originario buscaba la igualdad de derechos de todas las personas. Yo me identifico con ese pensamiento. No creo en la distinción por géneros. Siempre que haya dos (blancos, negros; del norte y del sur; mujeres y hombres) va a haber un dominante y un dominado. Por eso creo en el posgénero: mujeres, hombres, transexuales, género neutro, género fluido. Todos somos iguales y todos tenemos los mismos derechos. Y todos tenemos derecho a ponernos y quitarnos las etiquetas que nos dé la gana. Es cada uno el que tiene que decidir su identidad. No pueden imponérnosla en función de nuestros genitales.”
Carmen de Burgos, autora incansable de novelas y crónicas, toda una torre de literatura, es quien más espacio ocupa en este recorrido que nos propone Mar Abad, y no es casual: “La importancia que tuvo es incomparable a la gran mayoría de figuras históricas, no hablo ya sólo de mujeres, incluso de hombres, recordamos a muchísimos hombres como su pareja, Gómez de la Serna, mucho más que a ella, y él fue un literato fantástico, un hombre muy creativo, pero no aportó absolutamente nada a la mejora de los derechos de las personas, en cambio Carmen de Burgos, además de ser una escritora y una periodista fantástica, se dejó la piel por los derechos de las mujeres y de todos, porque los derechos de las mujeres son los derechos de toda la sociedad, porque ya es bastante cansino esto de “hombres y mujeres”, “derechos de los hombres, y derechos de las mujeres”; vamos a ver, somos todos iguales, seguimos partiendo el mundo en dos, qué vamos a conseguir así si tenemos derechos para unos y derechos para otros, que no, hombre, no; por Dios, que somos todos iguales, seguimos en la época de las cavernas. Pardo Bazán fue fantástica, por supuesto, en promover la libertad para las mujeres, y en su obra más literaria que periodística pero quien organizaba las manifestaciones en la puerta del Congreso no era Pardo Bazán, ni mucho menos, que era una aristócrata muy acomodada y tuvo una vida de fiestas fantástica, era Carmen de Burgos quien se hartaba de escribir artículos para que las mujeres supiesen cómo cuidar a sus hijos y descendiese la mortalidad infantil, era Carmen de Burgos quien peleó a muerte por el divorcio, y por la retirada de un artículo injustísimo del código civil que permitía que a las mujeres las matasen sus maridos si las pillaba en medio de una infidelidad y no tenían ninguna pena por ello. Y en cuanto al sufragio femenino, aunque la gloria se la ha llevado Clara Campoamor, Clara no hubiese conseguido nada si Carmen de Burgos no hubiese estado veinte años antes, dos décadas luchando por el sufragio femenino, escribiendo, teniendo columnas en periódicos tituladas “El sufragio femenino”, yendo a otros países a conocer a las sufragistas, dando conferencias por toda España para que se conociese el sufragio femenino, entonces, bueno, creo que es totalmente injusto que no se recuerde lo que hizo Carmen de Burgos por los derechos de todos.”
Y es que si algo sorprende tanto de Acuña como de Colombine y Bertrana es su osadía a la hora de plantear lo que en la época parecía más radical con total frontalidad. Lo cual, evidentemente, propició su borrado durante los cuarenta años de franquismo.
Colombine impulsó dos reformas legislativas básicas: la ley del divorcio y el derecho a voto. En el libro queda muy clara la vinculación entre las campañas pro derecho a voto de Colombine, que era amiga de las sufragistas internacionales más destacadas, y la diputada que consiguió que se aprobara el sufrago femenino en 1931, Clara Campoamor. Curiosamente, otra de las protagonistas del libro, Aurora Bertrana, opinaba como la oponente de Campoamor, Victoria Kent, diputada radical-socialista: ambas apoyaban en sentido genérico la participación de la mujer en política, pero desaconsejaban el voto femenino en el contexto de una nación poco acostumbrada al ejercicio de la democracia libre, y aún inmadura. Temían que elementos eclesiásticos controlaran ese voto femenino para impedir la consolidación del aún naciente régimen republicano.
Todos los trabajos actuales que indagan sobre los géneros líquidos y las sexualidades libres tendrían una deuda evidente con los textos de Aurora Bertrana.
En cuanto a Aurora Bertrana, Mar Abad destaca que es la más desconocida de las cuatro, seguramente porque también es la más explosiva, y no sabría encontrar una figura actual equiparable. Sí destaca que todos los trabajos actuales que indagan sobre los géneros líquidos y las sexualidades libres tendrían una deuda evidente con los textos de Aurora Bertrana y sus propias experiencias vitales. Quizá porque, al ser más joven que Acuña, Casanova y Colombine y al dar sus primeros pasos en los años treinta, encontró la prensa republicana más consolidada, aunque ni siquiera resultara cómoda para esos republicanos (para empezar, como relata el último capítulo del libro) ni siquiera su padre, el escritor gerundense Prudenci Bertrana, supo muy bien cómo encajar o encauzar a una persona tan inquieta.
Digamos que por su carácter feraz y libre, Aurora Bertrana no podía encajar más que en su propia literatura. “Lo que más me gustó de ella fue lo valiente que fue y atreverse a hablar del amor libre y de las cortesanas y de las mujeres que no se casaban y tenían hijos de distintos hombres. Decir eso en una España ultracatólica, ultra reprimida y represiva, me parece espectacular, quizás se atrevió tanto como ahora se pueden atreverlas personas que hablan del género fluido o de estos temas. Desde luego a Aurora Bertrana no se la puede olvidar nunca por todo lo que hizo para intentar aligerar las mentes”.
Cuando le pregunto a Mar por su preferida, responde que Carmen de Burgos, sin dudar: “porque lo que hizo es incomparable con lo que han hecho muchísimas otras figuras. También confiesa una especial debilidad por Rosario de Acuña, por ese “carácter maravilloso” y esa fortaleza que tenía.
Mar Abad: “Un tema pendiente que tiene nuestro país es nuestra historia”
Desde la página uno, Mar Abad insiste en la necesidad de recuperar la memoria de las heterodoxas que abrieron camino en un contexto sumamente hostil, para no caer en superficialidades ni adanismos: “Un tema pendiente que tiene nuestro país es nuestra historia”, subraya. Abad nos explica que antes de empezar a investigar parecía que lo que predominaba en el franquismo era lo que siempre había existido en una sociedad atrasada. Empezar a corregir esa visión a través del estudio de figuras olvidadas le hizo reconciliarse con España y dejar de sentirse avergonzada por su país, dándose cuenta de cuánto había borrado el franquismo. “El ámbito académico no sale de ahí. Creo que hay que hacer un esfuerzo grandísimo por que la historia y la cultura tengan narraciones y formas divulgativas, para que lleguen a la mayoría de la población”. Sin divulgación, esa historia monolítica y rutinaria, ajena a los síntomas de modernidad de los años diez y veinte, podría seguir incontestada hasta la eternidad.
Mar Abad nos explica que sigue investigando a nuestras pioneras. En el libro Folletín Ilustrado (escrito con Buba Viedma y publicado por Lunwerg Editores) ya había hablado de María de la O Lejárraga y de Lucía Sánchez Saornil. “De hecho”, explica, “Lucía Sánchez Saornil iba a entrar en Antiguas pero modernas, lo que pasa es que el libro ya engordaba y engordaba, y no cupo, pero a Lucía la llevo siguiendo muchísimos años, y me apasiona, es maravillosa”. Y con este recuerdo para la poeta anarquista y vanguardista, terminamos nuestra conversación. Aunque podíamos seguir horas y horas conversando sobre las grandes escritoras de la Edad de Plata.
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