En esta época comandada por idiotas, para disfrute y predominio del necio, Marta Vela y su editor, Javier Fórcola, dan ejemplo de pasión y de gusto por la sencillez. En un mundo que confunde el placer con la bobería, y la democracia con la baba, resulta más necesario que nunca indicar que la verdadera igualdad, la alegría y la bondad de vivir tienen más que ver con el compromiso que con la pereza, con el trabajo más que en la quejumbre.
Por: Andreu Navarra
El propio ejemplo del currículum de Marta Vela, detallado en la solapa, ya debería movernos a admiración: musicóloga y pianista, licenciada en Filología Hispánica, Piano, Dirección de orquesta y Pedagogía de los instrumentos, uno se siente muy pequeñito al comenzar su libro.
Suerte que pronto se disipa el efecto. Marta Vela escribe con tanta fluidez, con tal ausencia de ego, que Las nueve sinfonías de Beethoven se convierte en un libro amigo pronto. Aprendamos del pobre Beethoven, sordo desde 1802, que amó a trece o a catorce mujeres de rango superior que no le correspondieron, y que no gozó de salud ni de comprensión en su tiempo. Su amor bronco a la Humanidad dejó frisos monumentales de pasión a raudales, en un momento en que parecía que Europa llegaba a su punto más equilibrado de mesura y sentimiento. No es casualidad que Beethoven y Goethe, los dos máximos genios alemanes de su tiempo, llegaran a conocerse. Goethe escribió de Beethoven que le parecía un salvaje, porque era arisco y le importaban un pimiento las convenciones sociales. Y aunque se educó en la admiración por Mozart y bajo el magisterio de Haydn, los poemas sonoros más monumentales de Beethoven (su Quinta Sinfonía, la Séptima o la Novena) convivieron con los últimos ecos de un clasicismo deciochesco que se batía en retirada.
Son innumerables los detalles significativos que Marca Vela registra en su libro, que es una biografía, y también un análisis musicológico de las obras maestras del compositor de Bonn. Su propuesta pasma de tanta sencillez: dedica un capítulo a cada una de las nueve sinfonías del maestro (más una bonus track dedicada a una Décima, de la que sólo nos han llegado un scherzo y un andante), en el que, en primer lugar, se analiza el contexto social y político en que nació cada una de las obras de Beethoven, para ponerse, a renglón seguido, a comentar los detalles y estrategias más sobresalientes o llamativas de cada una de ellas. El resultado no puede ser más riguroso y ameno: a este libro no le sobra ni una coma. Desde el punto de vista de la economía expresiva, no puede ser más eficaz ni más austero.
Goethe escribió de Beethoven que le parecía un salvaje, porque era arisco y le importaban un pimiento las convenciones sociales.
Cómo explotó el gran poema de la Séptima Sinfonía, la más aclamada en vida del músico, en una Austria sacudida por las guerras napoleónicas; cómo pasaron inadvertidas sus mejores obras entre la indiferencia de sus contemporáneos, logrando el éxito de las formas más inesperadas; cómo sufrieron los compositores vieneses ante el alud de música fácil y melódica de procedencia italiana, durante la etapa posterior al Congreso de Viena; cómo tuvo que malvivir Beethoven a veces en un tiempo convulso; cómo tuvo que apurar el vaso de la rabia y de la desesperación, de las que supo sacar un jugo universal.
Fórcola es la editorial de los viajes. Cuando edita una crónica de viajes, como las que recupera Renacimiento, mi costumbre es ir buscando por internet imágenes de los lugares que describen los autores. La propuesta que acaba de publicar Marta Vela es también una aventura paseable por las músicas centroeuropeas: un trayecto por el dolor de un hombre, ebrio de creatividad, poseído por amores que no cabían en su cuerpo quebrantado.
Me hice una lista de reproducción con trabajos del compositor e iba escuchando las piezas que glosaba Vela, no sólo las de Beethoven, sino también las de Mozart, Haydn o Stamitz, incluso mientras paseaba por por la calle. Nunca he sido un aficionado sistemático a la música clásica: mi madre se pasaba las tardes leyendo y escuchando Bach, Händel o Telemann, de manera que de algún modo podría decirse que crecí entre trompetas barrocas. De adolescente frecuenté mucho a Liszt y a Brahms, más tarde a Bruckner, Bártok y Scriabin. Pero escuchaba la música sin orden, sin acabar de comprender los elementos ni las bases. Las nueve sinfonías de Beethoven han podido corregir en parte esa desestructuración. Estoy tentado de darle la razón a Cioran: lo mejor de Europa ha sido su música, lo único realmente puro que pudo dar este continente gracias a chiflados geniales como Beethoven, dedicados en cuerpo y alma a su creación. Celebremos de la mano de Marta Vela este festival de sabiduría suya en carnada en este libro riguroso que merece cien aplausos, porque parece que cada día sea un poco más difícil reivindicar todo lo obvio: que sin excelencia, con la chabacanería pública que nos agobia cada día, resulta imposible vivir.
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