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Montessori Vs. Rousseau: Catherine L’Ecuyer investiga sobre el origen de la pedagogía moderna

Catherine L’Ecuyer publica “Montessori ante el legado pedagógico de Rousseau”, su primer libro académico, resultado de su tesis doctoral, en el que se zambulle en la vida y la obra de la gran pedagoga Maria Montessori. Figura que necesitaba ser depurada de numerosos mitos y tergiversaciones.


Por: Andreu Navarra


Que la pedagogía en lengua española necesita, en muchos casos, pasar del Mito al Logos es una necesidad que cada vez pasa menos desapercibida por el público en general. Sobre la Nueva Pedagogía, dominante hoy en nuestro país, suelen escribirse los disparates más sonados. Muchos de ellos tienen que ver con la vida y la trayectoria de Maria Montessori, a menudo clasificada entre los pioneros de la Nueva Escuela, hacia 1910, y que es citada, invocada e imitada sin el debido rigor desde hace cien años, sin conocer a fondo ni sus métodos ni sus aplicaciones concretas.


Existe un truco para distinguir cuándo nos están tomando el pelo en materia de pedagogías y didácticas: el populismo pedagogista no distingue etapas ni se pregunta por la evolución del alumnado, porque lo que se propone es anclarlo siempre a la educación primaria, sin tener realmente en cuenta qué cultura didáctica es más acertada para cada edad. De esta forma, cuando se afirma que “la Escuela está muerta” o alguna sandez tópica de las que corren, el autor de la bobada no se digna a especificar qué ejercicio de inteligencia se propone derribar, así como tampoco los que se proponen “adelgazar el currículo” se molestan en especificar de qué etapa o materia o ámbito.

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Huelga decir que no es el caso ni de Catherine L’Ecuyer, ni de Maria Montessori, ni de Inger Enkvist, autora del prólogo. Maria Montessori tuvo especial cuidado en prescribir su método revolucionario para la educación infantil y primaria, sin interesarse tanto por la secundaria ni la universidad. En el plano filosófico, ensayó una síntesis entre el pensamiento positivista en que se educó, el hegemónico entre 1860 y 1890, y sus creencias católicas. Con ello se situaba en las mismas coordenadas que muchos otros pensadores de la Europa Latina y del Sur.


Las coincidencias con el pensamiento de Ortega y Gasset y, sobre todo, con las de Eugenio d’Ors, saltan a la vista. Cuando Montessori reflexiona sobre el destino de la persona vinculado con su ser verdadero y su vocación, parece que esté escribiendo Ortega. En cuanto a D'Ors, los paralelismos se multiplican, hasta el punto de que convendría ir pensando en una monografía que estudiara a fondo todo lo que construyó, escribió y propuso Maria Montessori contratada por la Mancomunidad de Cataluña, otro proyecto ilustrado y fundamentado en la moral católica, como el suyo propio.

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También D'Ors, desde el Institut d’Estudis Catalans, intentaba estar completamente al día de las novedades científicas de su tiempo, también era editor de una revista de pedagogía, y de hecho fueron destituidos el mismo año: 1919, momento en que la Mancomunitat de Puig i Cadafalch se iba purgando de elementos heterodoxos. Convendría, también, no sólo estudiar cómo pudo Montessori contribuir al Novecentismo pedagógico catalán, sino cómo dialogó con las propuestas republicanas de la Cataluña de la época.


Porque Montessori nunca se dejó etiquetar. Criticada por la derecha más clerical y también por los sectores más izquierdistas y laicistas, siempre supo demostrar una capacidad indomable para permanecer libre e independiente. Ni aceptó que un multimillonario convirtiera su método en una marca comercial, ni permitió que Mussolini instrumentalizara su pedagogía (y de hecho el dictador cerró todas sus escuelas), y acabó rompiendo también con la Generalitat republicana catalana. Todo un modelo de integridad en un ámbito tan clientelar. Pasma leer lo que llegó a conseguir esta mujer metódica, valiente y carismática; y su biografía sorprendente ocupa la primera parte del libro. A partir del momento en que Rousseau, inspirador del movimiento de la Nueva Educación de principios del siglo XX, entra en liza, el libro se desliza hacia temas más filosóficos.


Pedagogía, historia del pensamiento y pura ontología se fusionan en este ensayo que busca aportarnos una imagen ajustada de lo que pensaban Montessori y Rousseau, para confrontar ambos colosos. Pero todo ello no es un ejercicio de narcisismo académico: lo que se dirime en este libro va mucho más allá de la indagación historiográfica. La propuesta de L’Ecuyer es mucho más ambiciosa: de lo que se trata es de determinar si el estado natural o de salvajismo en el niño es un punto de partida para corregir (Montessori) o, por el contrario, toda sociedad que se proponga educar está, en realidad, corrompiendo a la infancia (Rousseau). ¿Debemos confiar en una escuela intervencionista que se proponga el camino hacia algún tipo de certeza, o , por lo contrario, debemos dejar que la mente del niño y del joven vague libre por donde le dicte su inspiración natural? ¿Cómo se enseña mejor a leer y a escribir? ¿Cómo se planteaban las inclusión los educadores entre 1700 y 1950? ¿De dónde proceden los datos y actos volitivos de la persona humana: de la información sensorial o de conceptos y energías endógenas? ¿Debemos educar por instrucción directa, a través del descubrimiento, o siguiendo un camino híbrido?


Para intentar responder a estas preguntas nos es preciso transitar, de la mano de L’Ecuyer, no sólo por las páginas más destacadas de Montessori y Rousseau, sino también por las de pensadores de la talla de Aristóteles, Tomás de Aquino, Charles Darwin, John Locke y Hannah Arendt. Con ello, la autora quizás haya querido decirnos que las cuestiones aquí debatidas son de máxima importancia, y de ningún modo pueden resolverse con la ligereza y la desfachatez con que se solucionan, con cuatro tópicos, estas cuestiones en nuestro país. Nos hacía falta este rigor, nos hacía falta esta ambición. Nuestras propuestas pedagógicas oficiales son totalmente románticas. Lo que pone en nuestras leyes de educación desde hace más de medio siglo procede de mediados del siglo XVIII. Y lo mejor del caso es que la otra familia más racionalista que se le opone bebe de la misma época, pero en un sentido contrario. ¿Cómo respondemos nosotros ante esta encrucijada? Por lo tanto, si es que queda alguien entre nosotros a quien le interesen realmente estos temas en su dimensión más práctica, este libro debería servir para curarnos de nuestro adanismo y para ayudar a muchos a la hora de ver que están descubriendo la sopa de ajo. Puede ayudar, también, a distinguir entre un charlatán y un pedagogo serio.

L’Ecuyer continúa en forma: acaba de publicar, en francés, Ces écrans qui absorbent nos enfants, y su mayor best-seller, Educar en el asombro; acaba de alcanzar su edición número 31. Y todo esto mientras sigue poniendo orden y sentido común en las inquietudes de las familias más desconcertadas con los actuales procesos de desmoche intelectual y cívico, en la prensa y en numerosos medios. Qué más podíamos pedirle que esta síntesis deliberadamente sistemática de sus investigaciones principales.

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