Kriller71 edita La irrupción del desorden, antología poética de la escritora argentina Andi Nachon, con un prólogo de Mirta Rosenberg.
Por: Mónica Caldeiro
Alzar un brazo. Levantar otro, con la conciencia rigurosa del movimiento del músculo, de la articulación, del hueso. Sentir el cuerpo acompasarse a una melodía. Sentir cómo ese mismo cuerpo que se ajusta a la partitura lo hace en un determinado lugar geográfico. Percibir el lugar como no-lugar en la poesía de Andi Nachon (Buenos Aires, 1970), en los títulos que reivindican una geografía por la que se desliza el cuerpo: W.A.R.Z.S.A.W.A. (1996/2007), Taiga (2000/Madrid, 2016), Goa (2003), Plaza Real (2004), 36 movimientos hasta (2005), Volumen I (2010), La III Guerra Mundial (2013) y Viernes de chicas (2016). Mover los dedos por la geografía de las páginas de la antología poética publicada por Kriller71 bajo el título La irrupción del desorden. Pero vamos a descansar antes, lector, en otra latitud.
Hiroshima mon amour. He aquí una ciudad, un lugar convertido en no-lugar por la guerra, un lugar (re)transformado en lugar por quienes allí se encuentran y allí se aman. No en vano Andi Nachon abre esta antología con una cita de Marguerite Duras, pues comparte con la escritora las señas secretas de los encuentros en lugares determinados no ya entre dos seres, sino entre quienes integran la humanidad como un todo completo. La ciudad es el espacio donde se baila, pero también donde sucede la tragedia. Es el punto donde convergen el sufrimiento y el amor de tantos seres humanos que allí se agolpan, que allí llegaron, que de allí se van. Lo mismo sucede con los trenes, los andenes, los puentes, las pistas de discoteca. Las miradas se encuentran, los cuerpos chocan y el individuo se convierte -irremediablemente- en parte de una colectividad aglomerada.
La ciudad es el espacio donde se baila, pero también donde sucede la tragedia.
Y del mismo modo que Duras, Nachon, que es escritora de guion además de poesía, acompaña al lector en su movimiento sin destino por esos parajes de la piel y de los mapas donde la violencia queda grabada y varada, aunque su desplazamiento sea a la vez continuo:
tapame los ojos. No sé
qué hacer con este frío sobre mi cuerpo
algunas noches, reconozco
esa marca detenida en mis muñecas:
signo
que mostrar orgullosa levantando los brazos: «Esto
han hecho con mi cuerpo». Así
como un refugiado muestra
sus dedos sin uñas y eso
se vuelve su último orgullo.
El «esto» que «han hecho con mi cuerpo» es un hecho que afecta al ser como individuo pero que funde a la masa en un sujeto político y humano donde los cuerpos se integran con la maquinaria, se convierten en animales y en materia. Y todo ello bajo una cuidadosa poética fotográfica y cinematográfica donde se sitúa el contexto o geografía en que sucede el hecho vital, pues el territorio es un espacio de movimiento donde se imponen las fronteras que a su vez representan su antítesis: la interrupción del desplazamiento. La frontera física o espacio cerrado contiene contextos y mundos dentro de mundos. Pero hasta las muñecas rusas de estos mundos-dentro-de-sí son susceptibles de verse reducidos a esquirlas, puntiagudas siempre, dispuestas a herir -así como la destrucción, la pérdida deja sus marcas-.
Un acuario estalla y queda sólo agua. No marejadas,
agua chorreando los pisos, cuerpos que se sacuden sin ser peces
sin ser nada. Buscaste el caos y deseaste
los límites arrasados. Este acuario pierde contención y
eso que fue algo es restos
reminiscencia[.]
Así nos habla Andi Nachon: el «esto», todo movimiento que surge, implica una colisión, una violencia que se manifiesta desde lo más invisible -las partículas, las moléculas, la química- hasta la percepción de lo evidente: el tiempo y su paso, el intervalo entre un suceso y otro en un mundo integrado por hechos que pueden nombrarse como interludios solo desde la subjetividad, tanto individual como colectiva. No obstante, Nachon plantea escapes a esa violencia que son también salidas de autopista suaves o abruptas: en un movimiento cinematográfico, a cámara lenta, el amor se vuelve una búsqueda del cuerpo del otro, un otro cuerpo que se desliza y se escapa a pesar del deseo instintivo de poseerlo, de desaparecer en un cuerpo amado que pasa a habitar la misma geografía visual. «Soy buena copiloto, aunque no lea mapas y pasen / los carteles a la velocidad de la luz». Nachon describe así el hecho de que la naturaleza humana implica necesariamente habitar y transitar lo inasible, desde la vida que sucede hasta la vida que se crea en relación con los hijos, esos seres cuya existencia es independiente pero que forman parte del mismo camino, «de la mano […] / hacia todo eso que desborda».
En esa vida sin detención, como bien dice Nachon, «no deberíamos ser apacibles».
Por todo ello, esta antología de Andi Nachon presenta un recorrido poético y visual por lo más íntimo del ser humano, que se halla en relación directa con el desplazamiento, la migración, el movimiento del cuerpo sobre un mismo punto o sobre una línea imaginaria y cómo ese movimiento colisiona con violencias externas e internas, con la guerra, con la tragedia del exilio y con las cicatrices del cuerpo refugiado que ha atravesado fronteras o que se siente ajeno a sí mismo fruto de una enfermedad. Al final, como bien apunta Mirta Rosenberg en el prólogo, «[e]stos poemas, como toda buena vanguardia, son modernos, en el sentido de su compromiso con la historia de lo humano, y con la propia subjetividad de su autora». Este es, probablemente, el acierto de la poética de Nachon: escribir y hablar desde el fondo de la naturaleza de la carne más honda para convertirla en símbolo, capturando al lector en la representación de un mapa que no cesa de desplegarse y de girar permitiendo que este acompañe el desplazamiento a través de la cinética del poema mismo. Sus poemas se erigen contra la máquina y se integran en ella, como en una cinta de correr, en movimiento y sin movimiento hasta, ocupando la vida misma en imágenes que no se detienen. En esa vida sin detención, como bien dice Nachon, «no deberíamos ser apacibles».
[…] Ahora
como toda copiloto sé
no hay viaje sin fuga y nada hay
que no haya
empezado en algún dolor.
Comments